Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban ustedes con mansedumbre la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas. (Santiago 1:21)
En mi corazón he atesorado Tu palabra, Para no pecar contra Ti. (Salmos 119:11)
La Palabra de Dios es uno de los deleites del cristiano que anhela crecer espiritualmente y vivir una vida de abundancia en Cristo. No es extraño ver a hermanos cristianos que, descuidan la lectura y la meditación de la Palabra, ignorando así las enseñanzas extraordinarias de Dios para su devenir espiritual en la siempre sorprendente aventura de la fe. La Biblia es para el cristiano, lo que las alas son para el pájaro. Sin alas no se puede volar, sin la autoridad de la Palabra en la vida cristiana, es imposible andar; cuando menos será una vida llena de tropiezos en la que no podremos disfrutar de incontables bendiciones, cuando más, en el peor de los casos, un desandar sin rumbo, un barco sin brújula. ¿Qué hijo no desea escuchar el consejo del Padre para que le vaya bien en todos sus asuntos?
Una de las marcas indelebles del crecimiento cristiano, es ser un amante consciente de la Palabra de Dios porque ella establece una relación directa entre el creyente y su Señor. Junto a la oración, la Palabra es recurso divino e indispensable para confrontar el pecado ("En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti." Salmo 119:11), la zozobra espiritual, las causas de nuestras debilidades, los tropiezos, pero también las alegrías y las bendiciones. Por eso Pablo dice que es viva y eficaz… juzga los pensamientos y las intenciones del corazón (del profeta Jeremías, afirma “¿No es acaso mi palabra como fuego, y como martillo que pulveriza la roca?” (Jer 23.29).
Las enseñanzas de la Palabra de Dios vienen a confirmar nuestro nacimiento espiritual: “Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece” (1 Ped 1.23). El Apóstol Santiago lo ratifica: “Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación” (Santiago 1:18 NVI, subrayados del autor).
La Biblia está llena de exhortaciones sobre cómo debemos actuar con la Palabra de Dios. Leerla, escudriñarla, meditarla, guardarla y ponerla en práctica. Poner en práctica la Palabra es hacer la voluntad del Padre, es apropiarnos de una promesa que trae esperanza y seguridad al cristiano y tiene que ver con nuestro estado presente y futuro delante de Dios y de los hombres: “Los que aman tu ley disfrutan de gran bienestar, y nada los hace tropezar” (Sal 119.165). En este versículo la palabra amor no infiere una simple invitación a una actitud contemplativa y pasiva, sino más bien, significa que los que la aman (la Palabra) verdaderamente, la ponen en práctica, la obedecen y como consecuencia, gozan de una vida cristiana en paz y bienestar.
La Palabra nos ayuda a crecer, a través de ella conocemos la voluntad de Dios y a Dios mismo, podemos entender el sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario y el valor que la gracia de Dios ha derramado sobre nuestras vidas. La búsqueda de respuestas en la Palabra de Dios nos capacita y nos alienta. Si realmente nos sentimos discípulos de Cristo, tenemos que ir una y otra vez a su Palabra. El tiempo y la dedicación al estudio de la Palabra y su aplicación en el diario vivir definirán su nivel de madurez y crecimiento espiritual
Pbro. Ascencio M. Mancilla